A lo largo de mi trayectoria profesional, me he encontrado con muchas personas que decían ser jefes de proyecto, pero que en realidad no lo eran, y peor aún, no tenían la actitud para llegar a serlo. Estas personas, aunque no lo reconocían, encontraban su zona de confort en decidir y ejecutar todas y cada una de las actividades de tipo técnico, especializándose en su ámbito de dominio tanto que nadie más podía hacer ese trabajo, igualar su ritmo, solucionar las crisis, atender las quejas, etc. Cuando estas personas lideraban equipos, no delegaban todas las tareas técnicas, y la forma de controlar a los miembros del equipo era entrando en los detalles técnicos, debatiendo más el “cómo hay que hacerlo” que el “qué hay que hacer”.
Cuando salta una gran crisis en un proyecto, la solución suele ser reemplazar al jefe de proyecto
Sin embargo, a mi juicio, estas personas no gestionaban proyectos. Si no gestionaban su trabajo conforme a un plan, si todos los días cambiaban el alcance, si no se anticipaban a los posibles problemas, en definitiva, si no había ninguna proactividad ni predictibilidad, no llamemos a eso gestión de proyectos, llamémoslo de otra forma: digamos que gestionaban operaciones, servicios, asistencias técnicas, soporte, etc.
La dosis de realidad llegaba cuando saltaban las grandes crisis: El proyecto iba perdiendo mucho dinero, o bien se admitía que era imposible cumplir los objetivos, o lo que se entregaba era “inaceptable, de mala calidad” según el cliente, etc. Entonces la solución solía ser reemplazar al jefe de proyecto por otro, con graves perjuicios para cliente y proveedor, y la consiguiente depresión por parte del jefe de proyecto saliente: Si usted se identifica totalmente con el proyecto, si usted es el proyecto, si todo se lo toma como un ataque personal, entonces cuando le liberan del proyecto y debe ceder el testigo a otro, ¿cómo se sentirá?
En los proyectos hay mucho en juego. Hay mucho interesado, gente que gana o pierde con el proyecto. Hay muchas posibilidades de que un proyecto sea un éxito, pero también es probable que sea un rotundo fracaso, que llegue a impactar la imagen de la empresa, o incluso llegue a afectar al valor de la acción. No hay profesión en el mundo más orientada a objetivos que la gestión de proyectos. Es esta una profesión muy poco agradecida. Si los objetivos se consiguen, como tenía que ser, para eso nos ponen al mando, nadie nos felicitará. Pero si no se consiguen, entonces la culpa es sólo nuestra. Mientras todo iba bien, nadie decía nada, pero ahora que va mal, de repente, todo el mundo habla de gestión de riesgos, escasa documentación, falta de liderazgo, auditorías de calidad, problemas de comunicación, ausencia de habilidades sociales, necesidad de coaching, etc. El resultado es siempre el mismo para el pobre jefe de proyecto: nos acusan de todo y no tenemos buena defensa.
Un hecho diferencial cuando comparamos el “éxito del técnico” con el “éxito del jefe de proyecto” es que el técnico depende principalmente de sí mismo, mientras que el jefe de proyecto depende de muchas variables externas, la mayoría de las cuales caen fuera de su zona de control: equipo, cliente, proveedores, recursos materiales, organización ejecutante, suerte…
¿Por qué alguien en su sano juicio querría ser jefe de proyecto?
Con tantos elementos en contra, si se nos juzga tan injustamente, si no se nos da una segunda oportunidad ¡sino que se nos reemplaza! ¿Por qué alguien en su sano juicio querría ser jefe de proyecto? ¿Por qué hay casi medio millón de PMPs en todo el mundo, creciendo un 15% al año? ¿Por qué el número de PMPs en España creció un 45% en 2011? Algo tendrá esto de dirigir proyectos, ¿verdad?
Que cada quien lo explique a su manera, yo creo que no hay otra profesión más adecuada para los que queremos cambiar este mundo que nos ha tocado vivir.